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FORMA Y CIUDAD. En los límites de la arquitectura y el urbanismo

Prólogo de Fernando de Terán
del libro "FORMA Y CIUDAD" de María José Rodríguez-Tarduchy, Ignacio Bisbal Grandal y Emilio Ontiveros

 

La evolución producida a lo largo del pasado siglo, ha generalizado la conciencia de que la ciudad se ha convertido en algo difícilmente comprensible en su globalidad y de que “la creación, el desarrollo, la reforma y el progreso de las poblaciones”, asuntos que, como dice el Diccionario, constituyen las materias propias de lo que corrientemente llamamos urbanismo, remiten crecientemente a un conjunto de conocimientos y de acciones, difícilmente abordables por una sola disciplina y por un solo tipo de profesionales.
Por otra parte, si consideramos lo que están siendo las formas características de la urbanización, correspondientes a la organización social y productiva identificada como post-industrial, que está dando espacialmente la ciudad difusa, ilimitada, inestable e indefinida, y si nos resistimos a aceptar que todo ello esté, o vaya a estar inevitablemente fuera de control, ocurre que lo que resulta inevitable, es acabar recayendo sobre los aspectos ideológicos de la cuestión urbana, inserta ésta ahora en el debate sobre la limitada capacidad de la acción política, dada la hegemonía directiva de la economía global. Estamos entonces ante un panorama de inhibiciones y deserciones, en el que, a la espera de tiempos mejores, resultan difícilmente esperables las necesarias políticas territoriales de gobiernos lúcidos y responsables que, dotados de asesoramientos adecuados, puedan ayudar a mantener la ilusión de que algo puede hacerse aún, en pos de aquello que amenaza con quedarse en una especie de quimera, y que llamábamos ambiciosamente “ordenación del territorio”.
La complejidad de estos temas lleva a pensar en la considerable magnitud del cambio producido en consecuencia, en la situación de aquellos profesionales que tradicionalmente venían ocupándose de esa cuestión urbana (extendida pronto al territorio) especialmente los arquitectos, que tan animosamente se aprestaron (con la excepcional anticipación de Cerdá) a asumir la sistematización de una actividad profesional nueva, dedicada efectivamente a la creación, el desarrollo, la reforma y el progreso de las poblaciones, ante lo que les iba pasando a éstas desde el siglo XIX.
Y en el desarrollo de esa actividad, pronto se les fue revelando la doble naturaleza de la materia a tratar. Por una parte estaba el espacio urbano de siempre, hecho de edificios y de calles, aunque sometido ahora a importantes agresiones, que exigían atención hacia la continuidad de su funcionamiento y hacia sus amenazadas condiciones de habitabilidad. Pero por otra parte, estaba la relación de la urbanización con la preservación del medio natural y rural, así como con el desarrollo económico ligado a la industrialización, que producía trastornadoras recolocaciones de población. Y esas dos naturalezas podían abordarse de forma instrumentalmente independiente (regional planning o town planning en la más temprana formulación de los años 10 y 20) o conjuntamente, en una sola formulación instrumental (town and country planning después, en los años 30 y 40).
Aunque la segunda de esas naturalezas contó con la atención de otros profesionales, los arquitectos se aplicaron desde el principio, a utilizar su inherente capacidad proyectual para dar forma física a previsiones de organización espacial no estrictamente urbanas sino territoriales. No fueron sino arquitectos, quienes aprendieron a cambiar de escala y a poner a punto toda una nueva forma de abordar el tratamiento de la ciudad, diferente y necesaria ahora, dada la magnitud y naturaleza de los nuevos problemas que excedían los límites del espacio urbano tradicional y exigían previsiones de organización y estructuración en ámbitos mucho mayores, y que además, requerían el tratamiento de cuestiones que ya no eran fundamentalmente formales.
Por eso no se puede estar de acuerdo con esa extendida versión de la historia del urbanismo, que culpa a unos irresponsables urbanistas (?) de haber provocado la indiferencia hacia la forma urbana y el abandono del papel de la arquitectura en la configuración de la ciudad. Fueron los propios arquitectos, que se esforzaban para dar solución a nuevos problemas que exigían un tratamiento diferente, los que inventaron todo un sistema nuevo, toda una nueva forma de abordar esos problemas, en otro nivel, dentro de una estrategia que, por otra parte, no impedía en absoluto, el tratamiento de los fragmentos de la ciudad, una vez estructurada a nueva escala, con la tradicional manera de tratar el espacio urbano. (Véase dete­nidamente al respecto, el muy mencionado y mal conocido Plan de Londres de P. Abercrombie y J. H. Forshaw, con sus grandes previsiones estructurales, pero también con otras pormenorizadas para la reconstrucción de barrios y con el diseño total de los focal points). Otra cosa es que en la práctica posterior, se fuera produciendo una innecesaria disociación entre ambas líneas profesionales, con las correspondientes y negativas incomprensiones mutuas.
Esas dos líneas se han mantenido a lo largo del siglo XX, en la actuación profesional de los arquitectos, aunque aumentando las dificultades en las últimas décadas del mismo, y poniéndose en crisis ese sistema inventado a lo largo de él, a medida que se iba revelando la verdadera complejidad de la nueva realidad urbana (o más bien post-urbana) en su invasión del territorio, cuyo tratamiento no puede abordarse ya sobre la base de esquemas omnicomprensivos, elaborados de acuerdo con los conceptos tradicionales de orden estable y de control formal.
Ello fue dando lugar a los conocidos episodios de la cultura urbanística de fin de siglo, a partir de los cuales se han ido produciendo muy convenientes clarificaciones disciplinares y deslindes profesionales, que apuntan a la configuración de dos esferas distintas: la del espacio urbano y la del territorio. Situación en la cual, los arquitectos han optado mayoritariamente por la primera, con un espectacular abandono de la segunda, afirmándose en lo que les es propio y cercano, y alejándose de lo que les resulta ajeno y lejano. Es ahí donde se inserta históricamente la reivindicación de la forma y del instrumento tradicional para tratar con ella, con el conocido slogan de los años 80, “proyecto versus plan”, que culmina con la feliz invención (en parte recuperación) de un instrumento nuevo que sin dejar de ser urbanístico, incorpora el tratamiento proyectual, a cambio de renunciar al territorio, donde resulta inaplicable: el proyecto urbano.
No es este el sitio ni el momento, para consideraciones acerca de esa deserción de los arquitectos, en el nivel territorial de la muy necesaria actuación, ni acerca de la conveniente aportación que, en dicho nivel, sólo ellos pueden seguir haciendo por ahora, dadas sus específicas cualificaciones en la capacidad de formalizar la ordenación espacial. Tampoco para hablar de las posibles consecuencias que puede deparar ese abandono, ante la afluencia de otros profesionales carentes de esa cualificación, ni de la conveniencia de mantener alguna clase de docencia complementaria, en forma de aproximación o sensibilización de los arquitectos hacia los problemas de la otra escala. Pero si lo es, en cambio, para centrar ya la atención de este escrito, reconociendo la importancia de la introducción del proyecto urbano y de su consagración, como el instrumento idóneo para el tratamiento del espacio urbano, en el desarrollo de un urbanismo de los arquitectos. Porque ese instrumento, que no es propiamente una forma de plan, puesto que incorpora la arquitectura, ni propiamente proyecto de arquitectura, pues incorpora el diseño del espacio público generado por ésta, es más bien “una nueva forma de entender la proyectación de la ciudad que considera la arquitectura como un elemento clave en la configuración del espacio público” y que “se desarrolla en un terreno a medio camino entre el plan y el proyecto, que toma del planeamiento las alineaciones y rasantes y del proyecto la volumetría de la edificación”. Así lo caracteriza certeramente Mª José Rodríguez Tarduchy en este libro, situado como indica su subtítulo, “en los límites de la arquitectura y el urbanismo”.
La autora, a partir de su larga experiencia docente, dedicada siempre a futuros arquitectos, ha escrito ahora para ellos, pensando en una actuación profesional sobre la ciudad, ejercida claramente desde la arquitectura. Lo cual debe ser tenido en cuenta y destacado para evitar equívocos, en un momento en el que el urbanismo se ha convertido en campo de confluencias profesionales, y escasean los textos en los que puedan encontrar orientaciones para su acción, todos los profesionales que acuden a él.
Dentro pues de esa posición de partida, y asumido su enfoque inequívoco hacia ese urbanismo de los arquitectos, es el momento de señalar claramente, que esta obra constituye una muy valiosa puesta a punto de la forma de ejercer esa enseñanza, y también de la forma de abordar el tratamiento del espacio urbano, con una actitud serena y equilibrada, superadora de recientes crispaciones, en la nueva situación en que ha quedado la cultura urbanística, después del mencionado proceso de clarificación y deslinde. Por ello, está llamada a ser, sin duda, una ineludible referencia para todos los que se inicien en el oficio y un sólido apoyo para el ejercicio de esa docencia.
Y centrada así, sobre el espacio urbano y sobre su configuración morfológica, la obra se construye asentándose en la nueva visión de ese espacio, que ha ido consolidándose al tiempo que se definía, se desarrollaba y se imponía la idea de proyecto urbano como la forma más adecuada de tratarlo. Pero sin olvidar que mantenerse “en los límites de la arquitectura y el urbanismo”, exige no rendirse incondicionalmente a las tentadoras facilidades (y limitaciones) del proyecto arquitectónico, y conservar también de alguna manera, aquella visión que añade, más allá, el plan urbanístico. Sabiendo pues (y esto es seguramente lo que da más valor a la aportación de este libro, frente a otras propuestas más simplistas, proclives a ciertos radicales planteamientos fragmentaristas y morfologistas, preconizadas poco reflexivamente desde los extremismos) que ese espacio urbano es un todo del que los fragmentos forman par­te, son partes, nunca autónomas ni independientes.
Por ello, si “el desarrollo del planeamiento desde el proyecto urbano se basa en la intervención selectiva sobre unas áreas estratégicas, de cuya correcta articulación con la ciudad se deriva una mejor estructuración de la misma”, es preciso tener muy en cuenta que “para que esta visión particularizada de los problemas urbanos no derive en una praxis reductora, debe complementarse con una reflexión global que ponga en relación el ámbito de actuación con el conjunto de la ciudad primero, y con su entorno más inmediato después”. Son párrafos tomados de la rica y madura reflexión que hace la autora en la Introducción a este libro. De la cual se deduce con toda naturalidad, el método a emplear tanto en la actuación profesional sobre el espacio urbano, como en la enseñanza de la misma, método concebido como “una dialéctica entre lo general y lo particular, entre lo estructural y lo específico, el todo y las partes, el plan y el proyecto, lo urbanístico y lo arquitectónico”. Como debe ser.
Un libro éste, de Mª José Rodríguez Tarduchy, valioso como reflexión puesta al día sobre la ciudad, sobre el urbanismo y sobre su enseñanza, sacando lecciones de todas las tormentas pasadas. Un libro muy rico, que sólo puede haber sido escrito desde una serena madurez, adquirida a través de una actividad de observación – participación, que pone de manifiesto también, su carácter de testimonio personal, dado desde una posición asumida gracias a la experiencia y gracias a la atención prestada al debate cultural vivido desde dentro. Un libro, además, atractivamente presentado, enriquecido por “textos, pretextos, contextos” y por un acompañamiento gráfico bien seleccionado. Un libro, en suma, clarificador, hermoso y útil para todos, que se recibe con gusto y especial agradecimiento, por quienes hemos dedicado a esas cuestiones, una parte importante de nuestra actividad.

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