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Prólogo
de David Mackay
del
libro "Un ingeniero imagina" de Peter Rice
Tiempo
para
pensar
Si un
ingeniero
imagina, es porque él mismo se ha permitido encontrar tiempo
para pensar.
Cuando uno abre este libro, capítulo a capítulo,
no solo
entra en el
mundo de la ingeniería creativa y la
investigación sino
también en la
esencia del movimiento moderno de la arquitectura de la
construcción,
sea esta un puente, un edificio completo, una ventana, o incluso un
coche o el placer del teatro de la luna llena. Sybil Moholy-Nagy, quien
tuvo tiempo para enseñar historia de la arquitectura
después de salir
de Bauhaus, dijo que cualquier loco podría
diseñar la
mitad de un
edificio pero que solo un reflexivo arquitecto sabría
cómo doblar una
esquina y fundir la tierra con el cielo. Fueron Louis Kahn y Peter Rice
quienes dijeron que las buenas arquitecturas e ingenierías
dependían
del tiempo empleado en estudiar la unión, en primer lugar
entre
materiales, y en segundo lugar entre funciones estructurales.
La
edición en español de este libro aparece en un
momento
crítico con una
creciente opinión de que la arquitectura ha perdido no solo
su
disciplina sino también su propósito. La
expresión
formal por encima de
la funcionalidad (el también llamado factor
“wow”) y
la pérdida de la
responsabilidad social que caracterizó el movimiento moderno
en
la
arquitectura, así como la facilidad con que la
tecnología
de la
información ha permitido creer que cualquier cosa irracional
pueda ser
construida, y no se caiga, ha minado la integridad y la herencia de las
disciplinas de la arquitectura y la ingeniería.
Peter
Rice,
como algunos de los mejores directores de cine, explica con la
pasión
del que ama su trabajo, y con exactitud matemática,
cómo
las formas
geométricas emergen desde la propia naturaleza de los
materiales
elegidos, sean estos acero, hormigón, textiles, vidrio o
piedra.
En
una visita a Osaka para ver las estructuras que aún se
mantenían en pie
de la Exposición Internacional Peter Rice se fijó
en los
nudos de acero
fundido diseñados por el Profesor Tsukoi y Kenzo Tange.
“Había nacido
la idea” escribe Peter “Desde hacía ya
algún
tiempo yo me preguntaba
qué era lo que daba a las grandes estructuras del siglo XIX
su
particular atractivo… Muchas de las grandes realizaciones
estructurales
de hoy día… no poseen ni el aspecto
cálido ni la
personalidad de sus
homólogas del siglo pasado… Al igual que las
catedrales
góticas, estas
estructuras expresan a la vez oficio y arte de elegir
subjetivos…
recordándonos que fueron concebidas y erigidas gracias al
trabajo de
unos hombres cuya marca portan.” Richard Sennett,
músico y
sociólogo
urbanista, lamenta la pérdida de la artesanía y
la
pérdida de la
comunicación entre la mente y las manos. Cito a Renzo Piano
diciendo
que la arquitectura solo emergerá cuando se produzca un
diálogo entre
el lápiz y el ordenador. El software instalado en el
ordenador
nos
ofrece el medio para crear, a través de las
matemáticas
digitales,
programas especiales, pero es a través de las manos
cómo
la
imaginación, basada en la observación, genera el
nacimiento de las
ideas. Esta es la gran reflexión que trasciende al libro de
Peter Rice.
Yo mismo me he dado cuenta que la diferencia esencial entre la
imaginación de los arquitectos y la de los ingenieros es que
los
primeros, yo incluido, imaginamos el producto final mientras que los
ingenieros imaginan el proceso. Esto es el porqué, tal y
como
Peter
menciona (“I don’t sketch well”), los
ingenieros usan
un bolígrafo para
dibujar croquis mientras sienten su camino a lo largo del proceso de
proyecto y construcción del objetivo final. Recuerdo
horrorizarme al
observar cómo Peter “dibujaba”
rápidamente en
una y otra página de lo
que parecía un cuaderno infantil. Era fascinante, los
croquis
totalmente fuera de escala e inacabados mientras él
explicaba
con su
suave acento irlandés a dónde quería
llegar. Esto
ocurrió el primer día
que nos encontramos en Barcelona para comenzar a trabajar juntos en la
comisión para el diseño del Pabellón
del Futuro de
la Expo de Sevilla.
Previamente,
yo había telefoneado al arquitecto John Miller para pedirle
consejo
sobre quién sería el mejor ingeniero dispuesto a
trabajar
con nosotros
en esta comisión. Él me dio dos nombres con sus
números de teléfono.
Dudé entre a quién llamar primero.
Había
oído hablar de los dos pero él
me advirtió que podría ser difícil
persuadir a
Peter Rice, así que le
telefoneé directamente. Le expliqué el reto y le
dije que
no queríamos
arrancar sin él, que comenzaríamos juntos delante
de una
hoja de papel
en blanco. El cebo parece que enganchó en su
imaginación
y pronto
estábamos sentados en la misma mesa. Josep Martorell, Oriol
Bohigas y
yo mismo le explicamos un aspecto del reto: el clima veraniego en
Sevilla. El sol del mediodía y de la tarde era nuestro
enemigo
si
queríamos evitar un excesivo consumo energético
para
mantener el
interior a una temperatura agradable. Así, lo que
propusimos,
pensando
solo en la sección Este-Oeste fue eliminar la fachada
occidental
y
quedarnos con una única fachada Este y, más
allá
del parque propuesto y
el río, mirar hacia la ciudad desde la isla del monasterio
de la
Cartuja, otrora el hogar de Cristóbal Colón,
quien
descubrió América
500 años antes. El tema de la Expo de Sevilla era el
descubrimiento y
eso fue lo que se quiso enfatizar con el nombre de Pabellón
del
Futuro.
Ahora, después de haber trabajado con Peter, me doy cuenta
de
que el
gancho fue mayor que un simple comienzo con una hoja de papel en blanco.
Como
arquitectos nosotros no éramos tan conscientes de las
capacidades de
Peter como descubridor. Yo esbocé lo que podría
ser un
gran pilar,
representando la única fachada y una cubierta textil
ondulada
que
cortaba la sección y casi tocaba el suelo
dirigiéndose
hacia el Oeste,
mirando al resto de la Expo más allá del canal
propuesto.
Naturalmente,
esas pocas líneas sugirieron los tirantes que
soportarían
la cubierta
textil. Peter dijo que él estaba cansado de ese tipo de
cubiertas y que
necesitábamos investigar más acerca de la
naturaleza de
la única
fachada. Oriol Bohigas entonces comenzó a dibujar una serie
de
muros
con huecos que no parecían ser más que una locura
Victoriana. Pero esos
bocetos parecían mostrar compresión y provocaron
una
reacción en los
garabatos que Peter dibujaba sobre los cuadritos de su cuaderno
infantil. Después de un almuerzo ligero, él hizo
una
pregunta
sorprendente: “¿hay algún lugar donde
pueda estar
solo para pensar un
rato?” Estábamos en una habitación en L
bajo una
cubierta a dos aguas
con un ventanal y una terraza que usábamos para ocasiones
informales.
Le guié arriba y se sentó en un sofá a
pensar. Le
dejé solo. Alrededor
de una hora después mis socios se estaban poniendo nerviosos
–quizás se
ha dormido?. Después de todo él volvía
a Londres
esa misma tarde y no
habíamos progresado mucho. Así que
subí de nuevo y
no sólo encontré a
Peter despierto sino que estaba feliz. Me confirmó que
había
descubierto el camino a seguir.
Él
había recordado un muro
exento en un edifico histórico de Lisboa, construido hace
unos
cuantos
siglos, que demostraba que era posible. También se
había
inspirado en
los contrafuertes de las catedrales góticas. La piedra era
el
material
más fuerte para resistir esfuerzos de compresión.
Podríamos colgar la
estructura de la cubierta de los arcos de piedra,
haciéndoles
trabajar
como los radios de la rueda de una bicicleta. El problema fue crear un
programa que fuera capaz de calcular la estructura y asegurar su
estabilidad. El largo y complicado viaje había comenzado.
Entre
otros
miembros de los brillantes equipos de Londres y París
recuerdo a
Alistair Lenczner durante el proyecto y a Bruce Danziger durante la
obra. Peter nunca vio el edificio terminado; su tumor cerebral se
estaba preparando para su lucha final. A pesar de que no
había
evidencias médicas, él estaba convencido que
había
trabajado en exceso
y me recomendó que no hiciese lo mismo.
Este
prólogo
no
estaría completo sin una última referencia
(¿un
epílogo quizás?) a los
comentarios de Peter sobre la industria de la construcción.
Comentarios
que deberían incentivar a los gobiernos a encontrar tiempo
para
pensar,
como Peter Rice hizo, para así prever nuestras profundas
crisis
financieras e industriales que tanto daño están
provocando a gente
inocente en todo el mundo.
Cito a Peter: “Hablar del poder de la
industria a finales del siglo XX es evocar la vida misma… En
los
países
occidentales la construcción es una de las ramas
más
potentes de la
industria. Es evidente que la construcción moderna es mucho
más el
resultado del desarrollo de técnicas industriales que el
producto del
trabajo de proyectistas, arquitectos, inventores o
ingenieros”.
Continúa haciendo una analogía entre la industria
de la
construcción y
la agricultura: “Las flores silvestres son los artesanos cuya
producción, rica y variada, es aplastada por efecto de la
apisonadora
de las decisiones corporativas, cuya contribución a la
producción del
ambiente construido está desapareciendo a ojos
vistas… La
construcción,
como la agricultura, son sectores enormes, poderosos, muy
políticos,
que trabajan continuamente en modificar las reglas a su conveniencia.
De hecho, lo primero que hay que comprender respecto a la industria de
la construcción es su naturaleza eminentemente
política.
La
autorización para construir es siempre una
decisión
política y, en
casi todos los países, los grandes grupos tienen una enorme
influencia
sobre la forma en que se toman esas decisiones.”
Peter
Rice entendió perfectamente incluso la calidad y variedad
del
tiempo
que todos necesitamos. Una vez me dejó caer el comentario de
que
él
prefería trabajar en París porque así
estaba
más cerca de las carreras
de caballos. “El tiempo de la carrera tiene su paralelo con
el
tiempo
de la construcción. Después de todo, la
duración
no es más que un punto
o un segmento del total del tiempo, en sí misma sin
límite y sin fin”.
El tiempo para pensar no debe olvidarse.
David
Mackay
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