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"La obra civil y el cine. Una pareja de película "
Artículo de Valentín J. Alejándrez en la revista "Platea"
2006

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Cuando alguien piensa en la obra civil, lo normal es que a la mente le lleguen imágenes que, de forma automática, le llevan a pensar en grandes bloques de hormigón, estructuras de acero, maquinaria ruidosa, asfalto a altas temperaturas extendiéndose por las carreteras, imágenes todas no demasiado positivas. Pero la obra civil, una vez terminada y puesta en uso, nos permite y facilita principalmente el movimiento. El de las personas a lo largo de carreteras y líneas ferroviarias que salvan obstáculos naturales mediante puentes y túneles, el de mercancías que se cargan y descargan en grandes buques desde los puertos, el del agua que acumulamos en los embalses gracias a las presas y distribuimos por canales hasta los grifos de nuestras casas.

Las obras civiles tienen mucho que ver con el movimiento. Como el cine. En el cine todo es movimiento, y no sólo por el paso del celuloide por el proyector a veinticuatro fotogramas por segundo. Es cambio y transformación. Los protagonistas se mueven y se transforman, como la energía potencial del agua en una presa se convierte en energía eléctrica unos metros más abajo. El invento del cine supuso el paso de la contemplación de imágenes estáticas capturadas en fotografía a la admiración del movimiento de esas imágenes proyectadas a escala natural como si la realidad se repitiese cuantas veces se desease.

Puesto que el salto cualitativo del invento residía en el movimiento, los pioneros del cinematógrafo, los hermanos franceses August y Louis Lumière, dedicaron sus primeras filmaciones, todas documentales, a la contemplación de movimientos espectaculares. Así, el día 28 de diciembre de 1895, en los salones Indien del Grand Café de París, se proyectaron por primera vez al público una serie de pequeñas películas entre las que destacaron “Partida de pescadores del puerto”, “Demolición de un muro” y la famosa “Llegada del tren a la estación” que provocó, según las crónicas, el pánico en algunos espectadores haciéndoles huir convencidos de que el tren de la pantalla les arrollaría. Fue el nacimiento del cine como espectáculo público y lo hizo de la mano de la obra civil.

Hubo que esperar unos años para reconocerle al cine la cualidad de espectáculo narrativo. Fue al otro lado del Atlántico en 1903 cuando Edison, que también se consideraba inventor del cinematógrafo, estrenó la película “Asalto y robo al tren” (The great train robbery) dirigida por Edwin S. Porter. En esta ocasión, la duración del filme ya llegaba casi a los 15 minutos y un “complicado” guión que se desarrollaba en más de tres localizaciones distintas, narraba historias paralelas que terminaban cruzándose. No deja de ser curioso que eligiese una línea ferroviaria para situar la acción principal. De nuevo la obra civil acompañaba al cine en sus primeros hitos y desde entonces no se han separado mucho.

En ocasiones, las obras civiles han sido consideradas como localizaciones, escenarios más o menos espectaculares, más o menos atractivos donde las historias de los protagonistas alcanzaban un clímax. Pero en otros casos, los guionistas y directores cinematográficos han cargado de simbolismo y de significado a los puentes, las carreteras, los túneles o los canales, lanzando mensajes a través de ellos, utilizándolos como hilo conductor de mil historias.

Y quizá han sido los puentes los grandes intérpretes dentro del gremio de las obras civiles. “El puente sobre el río Kwai” de David Lean, es una de las primeras películas que vienen a la mente cuando se piensa en la relación entre la obra civil y el cine. No es para menos. La construcción de un puente ferroviario en plena jungla asiática da pie a una de las mejores y más aplaudidas películas del género bélico. Pero el puente no es sólo una excusa para las hazañas de los protagonistas. Se trata de una cuestión de honor para el coronel japonés Saito (Sessue Hayakawa), que deberá matarse si no consigue finalizarlo en el plazo previsto, mientras que el coronel británico Nicholson (Alec Guinnes) descubre en él la herramienta para afrontar un enfrentamiento cultural de dos civilizaciones milenarias con códigos y valores muy diferentes, donde los conocimientos técnicos británicos pretenden estar, y en este caso así es, por encima de los japoneses.

No termina ahí la simbología de esta obra. A lo largo del metraje, el puente se convierte en el instrumento para devolver la disciplina a sus hombres, en el medio que le permitirá alcanzar la posteridad, pasar a la historia como el artífice de una vía de comunicación a través de la inhóspita jungla. En definitiva, se torna en portador de diferentes mensajes, soporte del subtexto de la película. Un subtexto rico y variado que se cuela entre las líneas del texto para conformar un guión merecedor de uno de los siete oscar de Hollywood que consiguiría esta producción en 1957.

En “El Tren” de John Frankenheimer, la obra civil elegida es una línea ferroviaria, y alrededor de ella discurrirá la totalidad del metraje, usando toda la capacidad narrativa y cinematográfica de elementos como el túnel (que pone a nuestros protagonistas a salvo del acoso incesante de un avión), o la ausencia de túnel (que obliga al recorrido de las vías a rodear una loma y permite a Burt Lancaster adelantar a los alemanes tras una exigente ascensión y un peligroso descenso). En este caso, la obra civil no es portadora de ningún subtexto. Es el texto en estado puro, el camino (de hierro) por el que un tren cargado de obras maestras de la pintura camina en dirección a la Alemania en retirada aún en lucha contra una Resistencia diezmada. Un camino que ofrece descanso en aquellos ‘no lugares' que definiría Marc Augé (lugares de espera, aeropuertos, estaciones, hospitales, sin conexión alguna con los habitantes, sin identidad, que bien podrían intercambiarse de ciudad sin notar la diferencia) y que con el simple cambio del cartel que los define consigue engañar a los alemanes y otorgar la victoria a la Resistencia en otra pequeña batalla.

Otras obras civiles, en cambio, han pasado a formar parte de la identidad de sus ciudades hasta el punto de representarlas como elemento localizador. Todas las películas de James Bond, misiones imposibles o casos Bourne las utilizan para colocar al espectador en la ciudad de turno. Un plano del puente de Brooklyn… y estamos en Nueva York, otro de la bahía de Sydney con su puente y su Ópera… y ya hemos llegado a Australia.

Así, a lo largo de más de 100 años de cine, las obras civiles han salpicado el celuloide con diferentes propósitos.

Las presas son escenarios espectaculares donde podemos encontrar antihéroes como Harrison Ford saltando al vacío por el acoso de Tommy Lee Jones en “El fugitivo”; y también son una fuente de conflicto antes de su construcción, sea en la California de “Chinatown”, la Argentina de “Un lugar en el mundo” o la España de “Las huellas borradas”. Las carreteras conducen a los protagonistas de las road-movies , a gran velocidad a veces, como Susan Sarandon y Geena Davis en “Thelma y Louise”, a paso lento en otras, como Richard Farnsworth en “Una historia verdadera”. Las vías del tren han fascinado a los niños de todos los continentes, desde la mirada asiática de Apu en la India de “Pather Panchali”, a la española de posguerra de Ana Torrent en “El espíritu de la colmena”. Los puentes se convierten en objetivos bélicos y en protagonistas cinematográficos como “El puente” de Bernhar Wicki, que es uno de los más estremecedores relatos de lo que fue la II Guerra Mundial en un pequeño pueblo alemán.

Éstos no son más que una pequeña muestra de los incontables ejemplos que ponen al descubierto la relación tan interesante que existe entre el cine y la obra civil. Una relación que comenzó el mismo día que se proyectó la primera película y que continuará de manera inevitable mientras el cine siga siendo cine.

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